(El texto que sigue corresponde al Compendio de Sociología Católica del P. Jakob Fellermeier(1911-2004). Editorial Herder Barcelona,1962 págs.203-206)
Diametralmente opuesta a la economía de planificación central es la economía liberal de mercado. Mientras la economía planificada, al menos en su forma centralizada extrema, deja la iniciativa económica en manos del estado y el orden económico es resultado de una planificación central unitaria, en la economía de mercado la iniciativa y la planificación económicas parten del individuo: la regulación del conjunto de la economía se hace a través del mercado que es ahora el centro de la vida económica así como en la economía lo era el estado. “Economía de mercado…significa, pues un orden económico caracterizado por ser el mercado el que efectúa una función o mejor, la función ordenadora de la economía”.
Por mercado se entiende “el lugar” donde “compradores y vendedores o, en general , oferentes y demandantes, se reúnen para cambiar entre sí bienes o servicios económicos”. La coincidencia de la oferta y la demanda en el mercado da lugar a los precios, y los precios así formados determinan toda la vida económica, desde la producción al consumo. Es, por consiguiente, el mercado, como punto de contacto entre la oferta y la demanda, el centro regulador de toda la vida económica, y la ley de oferta y la demanda, según la cual cuando la oferta aumenta, los precios descienden y suben cuando es más fuerte la demanda, es ley absoluta de economía.
La ley fundamental de la oferta y demanda rige toda la economía de mercado. Ahora bien, es esencial a la economía liberal de mercado que la ley de la oferta y la demanda sea el único principio ordenador de la economía según el cual mecánicamente produce una recta ordenación de la economía, del mimo modo que la ley de gravitación determina los movimientos de los astros. Cualquier actuación sobre las leyes del mercado es considerada como una perturbación de la vida económica. La oferta y la demanda y en consecuencia la formación de precios, deben actuar, por consiguiente, en el mercado libre independientemente de cualquier factor extraño. De una manera especial le está prohibido al estado influir en los precios ni directamente, estableciendo precios de tasa, ni indirectamente, regulando la oferta y demanda por medio de su política fiscal y aduanera.
La iniciativa privada en la economía liberal de mercado se mueve únicamente por el interés individual. Los intereses particulares actúan en mutua competencia en el mercado. buscando todos, compradores y vendedores, el máximo beneficio. De este beneficio máximo de los particulares debiera resultar, según una supuesta armonía preestablecida el máximo beneficio para la colectividad. Por consiguiente, cuanto con mayor libertad e independencia se mueva en el mercado la competencia, en que se mantienen los particulares y cuyo impulso es el interés privado, tanto mejor creará automáticamente un orden económico, del que espontáneamente resultará el máximo beneficio colectivo.
La función económica del estado se limita en la economía liberal de mercado a la protección jurídica de la propiedad privada y de la libertad y seguridad de contratación las cuales deben entenderse en sentido totalmente individualista. Cada cual tiene derecho absoluto y libre a usar y disponer de su propiedad, y es igualmente libre y está autorizado para hacer contratos, que una vez realizados tienen absoluta fuerza obligatoria.
La economía liberal de mercado se opone igualmente tanto a la esencia de la economía como a la naturaleza de la persona humana. La economía no es un mecanismo regulado por férreas leyes naturales, sino una estructura ordenada a un fin. Ciertamente posee la economía una esfera de valor propia, cuyas leyes deben observarse-a ello se opone la economía central planificada-, pero esta esfera de valor está ordenada a su vez dentro de una jerarquía de valoras más amplia y dirigida a conseguir un fin superior, a saber, el bien común de la sociedad. Dicha ordenación y orientación de la economía debe tenerse presente en todo momento. Como, además, la actividad económica no sigue cauces meramente naturales, sino que es una actividad libre, humana que exige una normación para lograr sus fines, necesita, por tanto, de una dirección superior, que permita ciertamente a la economía regirse por sus propias leyes, pero que la vez la mantenga dentro de sus límites.
La teoría de la competencia libre e igual para todos se funda en un segundo y falso principio. Para que la competencia fuera realmente libre debieran disfrutar oferentes y demandantes de idénticas condiciones en el mercado. Pero en la realidad unas veces es el oferente quien se encuentra en la necesidad de deshacerse de sus mercancías, otras es el demandante el que se ve forzado a satisfacer sus necesidades. Tampoco debieran existir entre oferentes y demandantes diferencias de poder, si la competencia ha de ser libre. Si éstas existen, como de hecho ocurre siempre, entonces la libre concurrencia no proporciona a todos la misma satisfacción, sino que el más fuerte se impondrá al más débil. Como resultado, los concurrentes, para mitigar la dureza aniquiladora de esta lucha despiadada, se ven obligados a unirse o a coaligarse. Se forman consorcios carteles y trusts, que llevan consigo la desaparición de la libre concurrencia y, en casos extremos la formación de monopolios económicos. La economía liberal de mercado conduce, pues por sí misma necesariamente a una economía monopolística que suprime la libertad de mercado y, por tanto, contradice el principio esencial de la economía liberal de mercado, al igual que la economía de planificación central, al suprimir el capital privado conduce al capitalismo estatal.
Finalmente, el buen funcionamiento de la economía liberal presupone una condición, imposible de cumplirse: que quienes determinan la oferta y la demanda, en todo momento tuvieran una visión de conjunto del mercado y, lo que todavía resulta más difícil, que la producción se acomodara al libre juego de esta oferta y de esta demanda.
La economía liberal de mercado es el sistema económico del capitalismo, concepción de la sociedad y de la economía según la cual “en general la economía se compone de dos grupos, los que aportan el capital y los que contribuyen con el trabajo” y en la que los propietarios privados de capital ejercen un predominio social absoluto. Si la economía de planificación central conduce en el comunismo soviético a la esclavización y masificación del hombre, la economía liberal de mercado produjo la división de la sociedad en dos clases antagónicas, capitalista y obrera, que “separan a los hombres en dos bandos, que persiguen intereses diversos y luchan finalmente uno enfrente de otro”
(Lo entrecomillado pertenece a la encíclica Quadragesimo anno de Pío XI)