Este artículo mío fue publicado en el número 3 de la revista Centurión, “voz del nacionalismo criollo”. Por razones de espacio, no se pudo reseñar la actuación de Uriburu como ministro de Hacienda, durante el cual se implantó el impuesto a los réditos.(Algunos amigos dejaron de saludarlo porque consideraban que era una medida de corte socialista.Habrá que revisar pues eso de que la revolución de 1930 fue tan “conservador” y tan” reaccionaria”).
También hubo que cercenar su proyecto de Banco Central, institución a la que los liberales como Benegas Lynch tildan de comunista.(¡¡)
Al leer nuevamente el artículo, lamento no haberle puesto un subtítulo: “Precursor del nacionalismo económico”, por su conferencia de 1918,bastante anterior al libro de los hermanos Irazusta, “La Argentina y el Imperio británico”, editado en 1934.(Otro “precursor” fue el también olvidado Alejandro Bunge).
Enrique Uriburu fue un gran argentino prácticamente desconocido, muy probablemente porque la portación de su patricio apellido y su importante actuación como funcionario, docente y publicista haya dado lugar al resentimiento y a la envidia.
Nacido en Buenos Aires el 20 diciembre de 1876, Uriburu se recibió muy joven de abogado, doctorándose no mucho tiempo después. Se casó el 30 octubre de 1905 con María Eugenia Quintana Rodríguez, hija del presidente don Manuel. De ese matrimonio nacieron 10 hijos; uno de ellos fue el recordado general de caballería Eduardo, el muy querido “Bocha”, rosista de ley.
En el gobierno surgido de la revolución de 1930, encabezada por su primo hermano José Félix, ocupó la presidencia del Banco de la Nación y luego el Ministerio de Hacienda. Su secretario privado fue un sobrino, hijo de Rosa Linares Uriburu, que luego haría una destacada carrera internacional: Raúl Prebisch.
El 17 de junio de 1936 un infarto acabó con la vida de Enrique Uriburu, en plena madurez, y cuando todavía se podía esperar mucho de su clara inteligencia.
Y perdió la Argentina con su muerte: un estadista tiene dificilísimo reemplazo y Uriburu fue estadista de nivel excepcional.
En papeles familiares otro primo hermano, Carlos Ibarguren así lo evocó, con calidez y finura: “Enrique, dotado de talento y de noble alma, llegó a poseer una honda cultura literaria, artística, filosófica y económica. Su carácter enérgico y franco, a veces huraño, con relámpagos bruscos, y su sensibilidad fina, que se estremecía con emoción intensa ante lo generoso y lo bello, daban a su espíritu una peculiar originalidad. Rectilíneo en su proceder, no transigía con la doblez, la mentira ni la farsa; por ellos detestaba a los politicastros. Eludía actuar en la vida pública, lo hizo sólo como sacrificio patriótico en momentos difíciles para el país, en los que desempeñó la presidencia del Banco de la Nación y el Ministerio de Hacienda, donde implantó reformas sustanciales en nuestra organización financiera. Los estudios económicos lo atraían; pero la literatura, sobre todo, satisfacía su inquietud estética; y en las pocas páginas suyas que salieron a luz – algunos discursos y conferencias – brotan de su estilo recio, cortante y original, como su carácter, hondos pensamientos y observaciones sugestivas. Al final de su vida aceptó ser profesor de la Universidad e investigó en la cátedra problemas y cuestiones económicas y financieras, materia que dominaba teórica y prácticamente, como estudioso, hombre de negocios e industrial. Maestro con alto prestigio por su saber y autoridad, pudo enorgullecerse de haber formado verdaderos discípulos que recibieron con fervor sus lecciones”.
También lo recordaron quienes fueron sus alumnos –en rigor, “verdaderos discípulos”- de los Cursos de Investigación de 1934,1935 y 1936 y del Centro Permanente de Economía Política de la Facultad de Derecho, en un opúsculo de homenaje a su memoria titulado “Enrique Uriburu y su concepción de la economía”, donde escriben con justeza:
“ Dotado de sensibilidad selectiva, Enrique Uriburu se adhería y absorbía la realidad en todos sus grados y aspectos; su conciencia en la particularidad de las teorías y sistemas lo mantuvo inmune al espejismo de la cientificidad. Su concepción original de la vida y de la realidad no cristalizó en un sistema; fue imperiosa exigencia de acción sobre sí mismo, dando adecuado empleo al exquisito instrumento de su inteligencia; sobre los discípulos, obligándolos a una dialéctica vivida, no entre dos sistemas, sino entre la personalidad de ellos y el mundo real; sobre el ambiente social, frente al cual su profunda eticidad era la fuente inmediata de la actitud operante, sin reposo, sobre la realidad que Uriburu mantenía en constante intercambio de impulsos con su inteligencia.
Eso fue Uriburu, no dialéctica intelectual, sino dialéctica entre la voluntad consciente y el mundo de las cosas concretas, de las cuales sorprendía y fijaba los nexos esenciales, que en la expresión del maestro recibía la evidencia de las verdades elementales.
Eso fue Enrique Uriburu, en esta nueva Edad Media que vivimos: un maestro, igual a los grandes humanistas del Renacimiento, quienes aislados entre la adversa incomprensión de sus contemporáneos y la furia de los acontecimientos y de las ideas, echaban la simiente de un nuevo mundo”.
(Entre los discípulos que le rindieron merecido tributo estaban Salvador Oría (h),Rodolfo Repetto, Marcelo Sánchez Sorondo, Alfredo Vivot, Enrique F.Garona, Adolfo Silenzi de Stagni, Mario Tedín Uriburu, Enrique Mackinlay Zapiola, Jorge Oría, Hipólito J,Paz, Aníbal Silva Garretón y Carlos Moyano Llerena)
Espero que esta miniantología de la ideas de Enrique Uriburu que presento en CENTURIÓN, despierte la inquietud de algún joven investigador que desee ahondar en sus clases, un acervo seguramente valioso. (Según me informaron en la Biblioteca de la Facultad de Derecho de la UBA, las versiones taquigráficas de los cursos de Economía Política y de los Seminarios están guardadas en un depósito.¡¡)
Será un gran servicio a la Patria.
Augusto Padilla
Disertación en el Instituto Popular de Conferencias, 23 de agosto de 1918:
“Hay con toda resolución que optar: o seguimos externamente exportando materias primas o nos esforzamos porque el mejor mercado para esas materias primas sea el mercado interior; o bien aceptamos como comunidad económica el mundo o aceptamos como unidad económica la Nación, o dependemos de otros o nos bastamos, dentro de lo posible, a nosotros mismos.
No se trata sólo de conveniencia material. Una vez más, después de la guerra, está demostrado que la diversidad de la producción es la base de la resistencia en caso de lucha. Es completamente inútil gastar millones en milicia y armada si no hay una industria diversificada que mantenga el esfuerzo.
Nuestras estadísticas muestran un índice de crecimiento, que demuestra en nuestra raza una indiscutible actitud para desarrollar rápidamente una civilización. La experiencia y la prudencia deben enseñar lo que esta clase de actitudes no suscita únicamente la emulación el aplauso, al contrario. Esta política de integración es hoy la de todo el mundo.
En suma, las razones para buscar esta integración económica, son las mismas que puso Washington en su primer mensaje y que desarrolló e implantó en Estados Unidos su ministro Hamilton, en el informe célebre sobre manufacturas, de donde sacó Liszt su nacionalismo económico.
Aceptando el principio de que debemos buscar nuestra autonomía económica, los medios para alcanzar el fin debe ser objeto de una investigación especial. La información actual no basta, tanto más cuanto que tendremos que armonizar nuestros intereses con los intereses de problemas países, desarrollando en ellos también idéntica política.. Este estudio no debe ser una medida accidental, sino una función normal y continua de investigación e información. Habrá paralelamente que construir una política fiscal avisada, que haga beneficiar al país, si las ventajas ofrecidas llegaran a constituir un privilegio de clase, imposición limitada por la necesidad de dar al capital una retribución que importe incentivo al inversor industrial y luego sería necesario proceder a resolver los problemas esenciales de toda expansión económica: combustible, transporte, concentrando en esa fase primordial junto con el sistema de crédito, todo el esfuerzo financiero actual, si es que se puede hacer alguno. Todo el sistema se basa en una protección continua y sostenida.
Estas no son obras rápidas y el éxito está en perseverar en poner los capitales que se invierta a favor de la ley al abrigo de las veleidades parlamentarias y cambios de política. Es preferible no hacer nada sino se hace las cosas íntegramente. No se me oculta que, desgraciadamente, el gran factor en contra de nuestro porvenir industrial está en la psicología nuestra: carecemos de todo espíritu de solidaridad, en el que se basa toda la estructura industrial contemporánea. Han de pasar años antes que los valores mobiliarios, sin los cuales el crédito industrial moderno no trabaja bien, tengan que nuestra plaza un mercado normal, y más años aún correrán para convencer a nuestros capitalistas que hay otras inversiones del campo, las vacas o la hipoteca. Otro espíritu. He aquí el Evangelio que predicara Ribot a los franceses en medio de: «un gran país vive de trabajo y de industria, se empobrece sino desenvuelve sus instrumentos de producción y su espíritu de empresa. Hay que tener otro espíritu que el que ha prevalecido en nuestros negocios.»
Eso es cierto aquí también. No porque no aparezca en las estadísticas el hecho es menos exacto. Y me sería doloroso creer que momentos en que todos se renueva al influjo de la terrible tragedia, nosotros vamos a quedar sin hacer nada, eternamente bajo el dominio del capital y de las industrias extranjeras”
Nota de A.P.: Alexandre Ribot, (1842- 1923) fue cuatro veces primer ministro de Francia
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Discurso en el 25°aniversario del Banco de la Provincia de Buenos Aires, noviembre 1930
“Forma parte de la clarividencia bancaria es saber medir las fuerzas espirituales, que son en suma las que establecen el equilibrio de un gran país. Las han visto ustedes el 6 septiembre en obra, con su ímpetu unánime. Y su comunidad de ideal. Cuando se convenzan de la necesidad de economizar, de trabajar más, de producir más barato, lo harán, reajustarán sus costos de producción y sobre esa base firme volverá la prosperidad a nuestra patria. Será útil retener la lección de que no conviene económicamente depender de la fuerza adquisitiva ajena”.
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Disertación en el Instituto Popular de Conferencias, 12 de mayo de 1933:
“Desde 1890, el mundo tiende a hacer una serie de economías nacionales más o menos cerradas, y últimamente, en grandes unidades económicas. El proteccionismo, a su vez, crea el imperialismo que ensancha las fronteras y el mercado interno tratando de integrarse. El imperialismo tiene dos formas: una es la anexión pura y simple, el imperialismo de kilómetros cuadrado. La otra forma es la colocación o infiltración del capital como su empleo en la producción, transportes, servicios públicos, y luego un banco, que corona el edificio con su bandera ajena.
Uno de los ejemplos más claros de esta forma económica es nuestro país. No hay que olvidarlo, nosotros no vendemos trigo y carne, como cree la gente. Vendemos un compuesto de intereses, fletes y amortizaciones.
Más o menos por el tiempo en que las nociones iban orientando un tanto la organización, nacían al mundo también los principios democráticos que durante el siglo XIX iban a presidir el desarrollo social de los pueblos civilizados.
Hemos visto que el concepto económico es de libre competencia, de lucha: sobrevive el más apto. Es el individuo el que triunfa en la batalla. El dínamo de potencial infinito que animará toda la maquinaria es el egoísmo, el interés individual.
El concepto político democrático es el polo opuesto. Todos los hombres se inspiran en las pastorales alpestres de Rousseau. Todos son buenos, altruístas, iguales y justos. No hay más que contarlos para saber a ciencia cierta el buen camino. Si se equivocan, no hay más que esperar unos años. A base de la difusión de educación y otras panaceas lentas, pero irresistibles, los hombres se convierten inevitablemente en superhombres. Son los lobos de Hobbes, en la parte económica de lunes a sábado, el domingo de las elecciones, los corderos de Juan Jacobo.
Bajo estas dos filosofías contrarias evoluciona el siglo XIX, y con ellas entra el siglo XX, la guerra y, después de los penosos tanteos en tinieblas, la crisis mundial.
Durante ese período la fe ciega en la ciencia dominada(y) el materialismo más crudo imperaba. El sueño de lograr, en ese clima, debía tornarse verdad demagógica.
El estado actual es híbrido: individualista, con el aporte de una legislación desarmónica.
Suponer que el estado va a sustituir al interés individual no es posible. Suponer que el «laissez faire” es solución, tampoco. Si el capitalismo tiene que subsistir tiene que ser modificado. Tiene que ser organizado nacional e internacionalmente. La moneda y el crédito tienen que ser dirigidos”