Por distintas razones suspendí la aparición de esta página, pero prometo seguir con la tarea de francotirador, aunque los casi 83 que tengo pesan un poco.
Las recientes elecciones han planteado nuevamente entre católicos el problema de la aceptación de la democracia como forma de gobierno legítima. Razones no les faltan a los impugnadores, pero algunas de sus críticas son meramente ideológicas. es decir, alejadas o contrarias a la realidad, obedeciendo muchas de ellas a preferir la opinión propia, tenida por infalible (La soberbia es mala consejera).
Y ajustarse a la realidad es el primer paso, sin descuidar por cierto que detrás de todo problema político existe un problema teológico (Donoso Cortés dixit), perteneciente a un plano superior, y por lo mismo, de inaplicable aplicación a la acción política cuya primera regla consiste en practicar la prudencia, virtud indispensable para el bien vivir y el bien hacer.
Es aceptable la democracia como forma de gobierno legítima si es que procura el bien común, con todas las salvedades que surgen de los autores seleccionados, e instó a los jóvenes lectores -si encuentro alguno- a que se animen a la acción, desoyendo a los “incorruptibles”, que a veces me hacen recordar a Robespierre, mal que les pese. Y pido perdón a los amigos de muchos años, que no se encabriten. Es natural, insisto, que un católico ferviente y combativo no distinga bien en la teología y la política.
Además, la democracia es la forma que mejor se adecua a la sociedad argentina y goza del consentimiento popular, según recomienda Santo Tomás.
La triste realidad de nuestra Patria quizás pueda modificarse con la prédica y la acción política, tarea de larguísimo aliento que espera a los jóvenes de hoy, porque construir “una sociedad viva”-la que recomienda Marcel de Corte- no es cuestión de un día.
Con el propósito de encausar la discusión, presento algunos textos que merecen ser leídos y meditados pacientemente.
1)“La democracia es un régimen político tan viable como cualquier otro, a condición de que sea el resultado de una sociedad viva. El orden político está en estricta dependencia del orden social y no a la inversa”.
“La democracia política que no esté sustentada por una sólida democracia social preexistente, es decir sobre las realidades familiares, profesionales, comunales y regionales a medida del hombre, estrictamente despolitizadas, es la muerte de un pueblo. Si nosotros queremos purgar la democracia de sus males y devolverle la salud, hay que realizar la sanatio in radice indispensable y, por fuera de la política, establecer los fundamentos sociales del régimen que parece ser el de nuestra época. No decimos que la cosa sea fácil, sino absolutamente lo contrario. Pero entre vivir socialmente o perecer políticamente, la elección de todo hombre no cegado por los prejuicios de un tiempo absurdo está hecha”.
(Marcel de Corte, Essai sur la fin d´ une civilisation, Librairie De Médicis, Paris, 1949, p.112)
2)Como el individualismo ha sido la premisa del colectivismo, así la democracia mecánica, formalista, que se resuelve solo con la suma matemática de los votos (seudodemocracia) ha cedido el paso a un triunfante poder de la masa sobre el individuo. La democracia tiene sus defectos. Para gobernar son precisas facultades morales e intelectualmente adecuadas: pero como todo ciudadano tiene derecho a presentarse como candidato es evidente la posibilidad de que haya intrusos. Además, los partidos durante la campaña electoral se dejan llevar por grandes promesas que después no están en condiciones de realizar. La demagogia es por lo tanto un fenómeno ordinario de la corrupción de la democracia La democracia puramente formalista y mecánica, llega al burocratismo, a la superación de la responsabilidad, a la opresión de las minorías, al predominio de las finanzas(plutocracia), a extravíos políticos profesionales, a la corrupción. Sólo una comunidad orgánica que ha vivido como unidad de vida nacional para realzar el fin común, puede dar bases seguras a la vida democrática.
(Diccionario de Teología Moral, Roberti-Palazzini, Editorial Litúrgica Española,1960, Barcelona, págs.354.355)
3) ¿LA DEMOCRACIA TRADICIONAL, SEGÚN EL PADRE MENVIELLE (Reproducción del artículo publicado en esta página el 9 de junio de 2018) https://www.aladerecha.com.ar/? p=947
Para que nadie – sino los que por su jactancia no quieren ni pueden conocer la verdad, tienen ojos y no ven, oídos y no oyen- se llame al engaño, comienza el Pontífice su alocución* afirmando el carácter tradicional de la democracia sana, que si siempre fue optativa para los pueblos pareciera ser imperativa. Apenas precisa recordar-dice- que según las enseñanzas de la Iglesia no está prohibido preferir con moderación las formas populares del gobierno, sin perjuicio, empero, de las enseñanzas católicas sobre el origen y el uso de la autoridad; y que la Iglesia «no desaprueba ninguna entre las formas de gobierno, siempre que éstas sean conducentes al bien común de los ciudadanos”. (León XIII, encíclica Libertas, 20 junio de 1888). Y en estas palabras tradicionales, expresamente recordadas, hasta toda la doctrina que el Pontífice no hace sino esclarecer.
La democracia que Pío XII considera aceptable, primero, no es la democracia pura -hacia la que tiene el mundo moderno-, sino una forma popular moderada; segundo, no la proclama ni la mejor ni la única buena; tercero, no debe estar condicionada por la idea de libertad, sino por la del bien común; cuarto, supone la constitución, no de una masa igualitaria, sino de un pueblo jerárquicamente estructurado; y, exige una autoridad real y eficaz, derivada y sometida a Dios; sexto, comprende un cuerpo legislativo compuesto por hombres selectos, espiritualmente superiores y de carácter que se consiguen representantes del pueblo entero y no mandatarios de una chusma; séptimo, que no incurra en absolutismo de Estado.
Es decir, que el Santo Padre, partiendo, como de base de la idea de que la democracia importa un autogobierno o participación de la multitud en el gobierno, establece las condiciones o recaudos que, templando y modelando este autogobierno o participación de la multitud en el gobierno, pueda dar origen a una forma legítima y sana de la democracia.
Exactamente lo mismo que hacían Aristóteles y Santo Tomás, quienes después de analizar la naturaleza última de la democracia, llegaban a la conclusión de injusticia y perversidad si era llevada a las últimas consecuencias entrañadas por su concepto; pero reconocía que esa tendencia al autogobierno de la multitud, si no se le permitía llegar a las últimas consecuencias, sino que era templada y moderada con elementos de otras formas puras como la unidad de la monarquía, la virtud de la aristocracia, y aún la riqueza de la oligarquía, podía ser un régimen legítimo y aceptable, que denominaban «politia» o república.
Condiciones, en rigor, antidemocráticas que, al templar y moderar la perversidad expansiva del igualitarismo universal absoluto, dan origen a una cierta y conveniente participación de la multitud en el poder.
De aquí se sigue que la democracia tradicional aceptada por el Pontífice implica la reprobación de la democracia moderna, tanto en la forma liberal y socialista, como en la absurda de los católicos democratistas. Porque estas democracias se apoyan en un concepto de una nueva civilización; niegan o rebajan el origen divino de la autoridad; hacen del pueblo un mito; no pueden evitar la tiranía de la cantidad y del número; identifican la justicia con el régimen popular; están impulsadas por el igualitarismo universal absoluto, etcétera.
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Posibilidad de la democracia tradicional
La alocución del soberano Pontífice, al preconizar la democracia tradicional, ha vuelto a plantear las posibilidades de la democracia en las condiciones actuales de la vida moderna, sin que el hombre esté atomizado por 400 años de progresiva descristianización. ¿Cómo estructurar la sociedad para que sea pueblo y no masa? ¿Cómo se puede difundir la idea de bien común a una masa que ha perdido las nociones fundamentales de los valores morales? ¿Qué procedimientos emplear para qué, sin alterar los anhelos de igualdad, se logre la asamblea de selectos de que habla el Pontífice? ¿Cómo asegurar un gobierno- expresión de la nación , cuando ésta se halla dividida por tantas banderías y disensos? ¿Sobre qué base realizar la unidad de los pueblos?
Se aprecia el alcance de estos tremendos interrogantes cuando se tienen presentes las palabras de Pío XII, en Summi Pontificatus, referentes al proceso de descristianización, valederas perfectamente a las muchedumbres universales:
Muchos, tal vez, al alejarse de la doctrina de Cristo no tuvieron pleno conocimiento de que eran engañados por el falso espejismo… habla a del progreso cuanto retrocedían; de elevación cuando se degradaba; y la ascensión a la madure cuando se esclavizaban… ahora bien, el problema es gravísimo. Porque no hay duda que es certísimo lo que dice el Papa, que aleccionados por amargas experiencias, los pueblos se oponen hoy con mayor agresividad contra toda concentración dictatorial, pero no es menos cierto que después de cuatro siglos de descristianización sistemática de los pueblos se encuentra en una postración humana, intelectual y moral, espantosa; los pueblos están devorados por profundas disensiones que no provienen únicamente del ímpetu de las pasiones rebeldes, sino de la profunda crisis espiritual, que ha trastornado los sanos principios de la moral privada y pública y ha hecho naufragar aquella conciencia de lo justo y de lo injusto, de lo lícito y lo ilícito que posibilita los acuerdos, mientras refrena el desencadenarse las pasiones y deja abierta la vía a una honesta inteligencia.
Sentido del mensaje papal
De aquí que sea éste el sentido del mensaje papal. ¿Queréis democracia, y una democracia mejor?, dice a los pueblos del Papa. Tomadla, con tal que ella sea tal que respeten las leyes esenciales de las sociedades políticas, que deben regirse por el bien común. La Iglesia no se opone a ello; y aunque considera accesorios e indiferentes los regímenes políticos, cree conveniente que, hoy más que nunca cierta participación de los pueblos en su propio gobierno. Pero sabed que cuanto mayor sea esta democracia o participación, más necesaria será que mi influencia se haga sentir profunda y universalmente. Ella exigirá de vosotros una humilde y total aceptación de todas las enseñanzas de los Pontífices Romanos, desde Gregorio XVI en la Mirari Vos, Pío IX en el Syllabus, hasta León XIII, Pío X, Pío XI, donde se condenan los pestíferos errores modernos y se establecen las bases auténticas de la ciudad cristiana.
Las palabras del Papa se hacen oír en un momento de excepcional solemnidad. Porque los pueblos, en loca pendiente, vienen alucinados por el progreso falso, y están a punto de caer en el abismo del comunismo ateo. La democracia, de que andan embriagados conduce inexorablemente a ese abismo. Ningún poder humano puede liberarlos de que (en) él se precipitan sin remedio. El poder material del Estado en el que muchos habían depositado su confianza y que con mano fuerte y totalitaria había intentado detener el alud, tiene que confesar su fracaso.
Entonces, ¿qué? Entonces habla la Iglesia por boca de su pastor supremo y dice: sólo yo puedo liberarlos. No con la democracia, que es una forma política accesoria e indiferente, sino a pesar de la democracia, que por sus exigencias metafísicas tiende a perderos. Yo puedo vencer la dialéctica de la historia, y si humanamente el mundo le pertenece hoy a Moscú, por disposición divina a mí me corresponde salvar a la humanidad, ayer, hoy y siempre ,hasta la consumación de los siglos.
Y sólo Roma puede elevar las multitudes a la virtud para qué entonces sin peligro pueda ser virtuosa la ciudad. Porque es un poder santificante, ella puede transformar por dentro al hombre, y de la condición materialista en que por sí mismo es arrastrado puede levantarle a la verdadera virtud y a la verdadera libertad, que sólo se alcanza en la santidad, cuando uno, lleno de orden y de virtud, se autodetermina al orden y a la virtud.
Por esto, cada día aparece más claro que la humanidad, desgarrada hoy en las entrañas de su ser, que pide libertad y democracia, sin saber que pide ni como lo ha de conseguir, sólo puede ser salvada por la Efusión del Espíritu de Dios, que sólo habita en la Iglesia Católica. Efusión que llegue a las almas individuales y quise también a las estructuras sociales. Si no quiere caer en la esclavitud de Moscú, la humanidad debe someterse a la disciplina sobrenatural de Roma.
Julio Meinvielle,Filosofía de la democracia moderna,-A propósito de la alocución del Papa Pío XII en la Navidad de 1944 (artículo aparecido en “Nuestro Tiempo”,16-3-45, reproducido en Concepción católica de la política,3ª edición, Ediciones Theoría, Buenos Aires,1961,págs.171-174)
4)No es raro que los cuestionadores de la democracia suelan tachar de liberal-russoniano al jesuita Francisco Suárez, considerándolo partidario del contrato social de JJR.
Sobre el punto aclara Castellani:
Lo que entiende Suárez decir es que la autoridad civil no puede ejercitarse sino para el pueblo y con algún modo de consentimiento suyo; mientras el Roseau(sic)pretende que debe ejercerse por el pueblo, y por medio de representantes o mandantes elegidos explícitamente tiro a tiro, que por un lado tienen atribuciones ilimitadas y deiformes en forma realmente monstruosa ,y por otra pueden ser depuestos al capricho de la multitud, ornada de una especie de Voluntad Divina, es decir, Infalible, Sapientísima y Creadora del Bien y del Mal. Error siniestro y herético, causa de todas las revueltas modernas y del terrible envenenamiento político cuyas convulsiones todo el mundo sufre en este momento:
(Leonardo Castellani, “Sobre la democracia”, en Seis ensayos y tres cartas, Ediciones Dictio,Buenos Aires,1978, pág.51)
4) DEMOCRACIA ARISTOCRÁTICA Y DEMOCRACIA DE MASA
Este es uno de los comentarios que hizo el inovidable Aníbal D´ Angelo Rodríguez a la recopilación de artículos del Padre Castellani, recogidos en el último de sus libros publicados:
“La forma democracia aplicada en una sociedad cristiana y aristocrática da un resultado que no sólo es distinto sino en algunos aspectos diametralmente opuesto al que resulta de la misma forma aplicada a una sociedad de masas posmoderna.
Hay buena parte de verdad en lo que alegan muchos politólogos, desde Pareto a la fecha, de que todos los regímenes son, en definitiva, aristocracias u oligarquías (oligos: pocos). En ninguna monarquía el rey hace todos los oficios del poder y en ninguna democracia moderna (tampoco en las antiguas, si vamos al caso) gobierna todo el demos: ambas necesitan lo que hoy se llama una «clase política». Si esto es así, el problema central de toda forma de gobierno es seleccionar a esa clase, es decir a «los mejores» (aristos) y los sistemas políticos no se diferencian por el número de los titulares del poder sino sólo por dos cosas: a) cómo definen a los mejores; y b) cómo, y por qué métodos hacen la selección.
En la democracia aristocrática de fines del XIX la selección la hacía previamente la sociedad y el mecanismo eleccionario se limitaba a sancionar lo que la sociedad había hecho. En esa sociedad, los valores predominantes eran todavía cristianos y de una u otra manera influían en la conducta de la gente y guiaban el criterio de selección. Como resultado, el Congreso- la institución clave de una democracia- reunía a muchos de los auténticamente mejores y sus debates eran muchas veces, en verdad, esclarecedores.
En la democracia de masa de fines del siglo XX, como ya no hay prestigios sociales establecidos, la forma fue altamente racional de elegir ha pasado a la alternativa de «imágenes» (no hay político exitoso o fracasado- que no tenga su «asesor de imagen») que proyectan los medios de difusión. el pensamiento pos moderno (ha sido identificado por otros como «pensamiento débil» y! vaya si lo es!) no proporciona guía alguna de selección. Para colmo han crecido, hasta ocupar el centro del espacio político, los partidos, que durante la moldura parte del siglo pasado eran meros clubes electorales sin existencia real más a la del tiempo de elecciones. Y han agregado una pre-selección, que se hace en su seno, y que aleja a los mejores”.
( La otra Argentina, Vórtice-Jauja, Buenos Aires-Mendoza 2020, p.71-72)
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